PAUL CLAUDEL (FRANCIA, 1868-1955)

     Segunda oda (fragmento)

¡Dios mío, ten piedad de esas aguas deseantes!

¡Dios mío, tú ves que yo no soy solamente espíritu sino agua!

¡Ten piedad de esas aguas que mueren de sed dentro de mí!
Y el espíritu está deseante, mas el agua es la cosa deseada.

¡Oh, Dios mío, me has dado este minuto de luz para ver,

Como el hombre joven que piensa en su jardín en el mes de agosto  y que ve a intervalos todo el cielo y la tierra de una sola mirada,
El mundo de una sola mirada atravesado por un rayo dorado!

¡Oh fuertes estrellas sublimes y qué fruto entrevisto en el negro abismo!
¡Oh flexión sagrada del largo ramaje de la Osa Menor!
 No moriré.
 ¡No moriré, pues soy inmortal!
 ¡Y todo muere, mas yo crezco como una luz más pura!
 Y así como ellos hacen muerte de la muerte, de su exterminio hago mi
inmortalidad.

¡Que cese yo enteramente de ser oscuro! ¡Utilízame!
¡Exprímeme en tu mano paternal!

Saca al fin
Todo el sol que hay en mí y la capacidad de tu luz, que yo te vea
¡No con los ojos solamente, sino con todo mi cuerpo y mi sustancia y la
suma de mi cantidad resplandeciente y sonora!
El agua divisible que da la medida del hombre
No pierde su naturaleza que es la de ser líquida
Y perfectamente pura por lo que todas las cosas se reflejan en ella.
Como esas aguas que sustentaron a Dios en el principio,
Así esas aguas hipostáticas en nosotros
No cesan de desearlo, ¡no hay más deseo que de él!
Pero lo que hay en mí de deseable no está maduro.
Que la noche esté pues a la espera de mi partición en la que lentamente
se elabora desde mi alma
La gota pronta a caer por su mayor pesantez.
Déjame hacerte una libación en las tinieblas,
¡Como la fuente de la montaña que da de beber al Océano con su pequeña concha!